Mujer junto a una caja


Credits: cyrilhelnwein.com


La caja permanece cerrada y la mujer de pie junto a ella. No es muy grande. Podría levantarla con facilidad. Lo hace. La caja pesa en sus manos, con un peso que no se mide en kilogramos. Pesa, no como pesan los objetos, sino como lo hacen las ideas o las palabras.

A su memoria acuden imágenes infantiles, recuerdos de historias oídas de sus padres: Pandora, la mujer enviada por los dioses para introducir el mal en el mundo. Ella se piensa diferente a Pandora. El hallarse en una situación similar no significa que los protagonistas sean iguales. En cualquier caso, la curiosidad que siente ahora debe ser igual o mayor a la que sintiera ella. No lo puede soportar e intenta abrir la caja. El intento no logra traducirse en hecho: la caja permanece cerrada. Dar rienda suelta a un mal siempre ha sido sencillo, por eso –piensa- quizá el contenido de la caja no sea el mismo que liberara Pandora. El pensamiento de un bien atrapado da nuevos bríos a sus manos, que vuelven sobre la caja para destaparla... pero la caja permanece cerrada.

Al parecer, para abrirla se requiere de la unión de fuerzas. Sospecha, por una intuición interior –intuición propia de los espíritus femeninos- que solo necesita de una persona más, tal vez un Epimeteo. Ella tiene uno: su esposo. Juntos sostienen la caja y la destapan con facilidad. Juntos observan la salida del bien encerrado. Juntos –siempre juntos- aprecian el alumbramiento de la humanidad.

¡Feliz día de las madres!
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