Se alza la victoria

Inspirado en Santi y Hugo.
Para ambos.


Fumaba su último cigarrillo para aliviar la tensión de la espera. No llegaba el cantante que había contratado para la noche. Eran las seis y el momento de abrir las puertas del bar se acercaba peligrosamente. Si no llegaba debería improvisar. Él podía tocar la guitarra, pero no estaba dispuesto a cantar. Debería acudir al típico entusiasta del público. Miró su reloj. Seis y media. Hora de abrir. El cartel de la entrada anunciaba la presentación de LeBron Tesla, la mejor voz juvenil del momento. Las mesas empezaron a ocuparse. Solo quedaba vacía, por el momento, la barra. Su reloj de pulsera marcaba las siete y el escenario permanecía vacío. Buscó otro cigarrillo en sus bolsillos, pero las tres cajetillas habían dado todo de sí. En su cara se reflejó una mueca que significaba problemas -esa cara típica de los perros policías-. Un joven, alto y negro, fue el único en la masa que se fijó en su gesto. Decidió que era su deber ayudar a ese hombre mayor. Algo lo movió a ese acto sublime de caridad… tal vez fue el hecho de que compartieran la misma raza. Sea cual fuere el motivo, lo cierto es que se acercó al dueño y le presentó sus deseos de ayudar en lo que fuera necesario.

Los ojos del dueño se iluminaron al tiempo que el escenario hacía lo mismo. Pocos minutos después aparecía el joven con un micrófono, acompañado del guitarrista. Cantó. Más bien… desafinó. Donde debía aparecer FA, se coló un RE; donde debía ir una corchea, salió una negra. Fueron los cinco minutos de canción menos armónicos que se hubieren tocado sobre esa plataforma. Por fin, el guitarrista se rindió y la última nota disonante fulminó el aire con su presencia.

Silencio absoluto. Ambos artistas miraron el público en busca de una respuesta positiva, pero solo encontraron miradas de asombro. El silencio se prolongó por escasos segundos, aunque parecieron horas sobre el escenario. El público dudó un instante antes de aplaudir con gran estruendo. Las rosas -sin espinas- surcaron los aires para posarse a los pies de los dos hombres perplejos. Habían salvado la noche. En la memoria del cantante surgió un poema olvidado: “Se alza la victoria. Elévase en el horizonte su bandera; firme, liviana, torna el cielo en llamaradas perennes…”. Los vítores continuaron durante unos minutos más. La gente exultaba. Se escucharon clamores por la nueva promesa de la música. Después de todo, ese mismo público había aplaudido a bandas famosas de un nivel musical minúsculo; aquellas que pretenden componer música haciendo sonidos desagradables con cualquier objeto -a veces con su propia voz- o, esas que dan al mundo un mensaje hueco.

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