Matrimonio monogámico y perenne



El matrimonio es fruto del amor entre un hombre y una mujer. Nace del deseo manifestado por ambos de amarse. Es importante, para entender este pensamiento, definir lo que se entiende por amor. Es más que un sentimiento; más que una idea; más que el producto de la voluntad. Los comprende a todos ellos. Es eso que te impulsa a entregarlo todo a otra persona. ¡Todo! No solo lo que poseo, lo material; también, el tiempo, los pensamientos..., la vida. Además, el amor es necesariamente creciente. Es como una hoguera: nace con un chispazo (un sentimiento) que cae sobre hojas secas y ramas resinosas (apariencia física, personalidad, similitudes), amontonadas sobre leños (voluntad) que encenderán el hogar. Dicha hoguera se calentará mientras la alimentemos; caso contrario, durará según el tipo de leño: durará más si es leña dura (olmo, roble) y se apagará pronto si es leña tierna (abedul, aliso). Pero, un amor verdadero querrá crecer siempre, porque no se estancará en un sentimiento, que es pasajero, sino más bien, sobre la voluntad.

Si establecemos al amor en estos parámetros, se entiende que el matrimonio sea monogámico y perenne. Al querer amarse mutuamente, ambos querrán vivir para el otro, sin dejar resquicios en el corazón donde puedan anidar otros amores. Una entrega plena no permitirá que existan otras personas que interfieran con este amor. Todo esto porque mis pensamientos, mi tiempo, mi vida entera estarán en las manos de la persona amada. No hay espacio para alguien más. Y se extenderá hasta el final de la vida porque querrá crecer, querrá elevarse a un estado mayor que ese chispazo inicial.

Comentarios

Publicar un comentario