Es sencillo hablar con un gringo


El gringo hace demasiadas preguntas. Unas, para mejorar el conocimiento del lugar que ha escogido como destino turístico. Otras, para superar su deficiencia en el lenguaje extranjero. Este raudo río de preguntas desemboca, casi siempre, en el oído de un interlocutor paciente. Cuando así sucede, las respuestas navegan contracorriente hasta empapar el entendimiento foráneo con renovado lenguaje. Así descrito, el proceso parece infalible: el gringo pregunta, el receptor escucha y responde correctamente. Sin embargo, el procedimiento es válido solo si el que escucha conoce ambos idiomas.

En el caso particular del receptor con desconocimiento evidente del idioma extranjero, la conversación podría tornarse difícil. Nótese el uso de la palabra difícil, dónde –quizá- alguno hubiera escrito imposible. Aquella palabra no ha sido un error tipográfico, ni mucho menos ligereza del escritor. Es, más bien, fruto del uso consciente del vocabulario para expresar un pensamiento nacido de la experiencia. No fue imposible para una persona como la que ahora escribe estas líneas entablar un diálogo ameno con un gringo. Es cierto que, debido a la dificultad del lenguaje, la mayor parte de la conversación se redujo a la gesticulación en las manos y en el rostro. Pero, únicamente la mayor parte. El resto, esa pequeña porción del tiempo y sucesos, se desenvolvió en una normalidad absoluta.

Recuerdo cómo brotaron ciertas palabras que a su paladar supieron extrañas, cómo decir en español, seguidas por una palabra libre, Sunrise, obstaculizadas finalmente por un signo de interrogación. Empapada en libertad, aquella palabra desembarcó en mi oído y ascendió a un cerebro esperanzado en proveer una traducción satisfactoria. Ansioso, rebuscó entre la memoria y las habitaciones escondidas del subconsciente para hallar un vacío intelectual. No existía –ni existe aún- una respuesta a esa pregunta.

Pero, acostumbrado a salir bien librado de los apuros en que frecuentemente me imbuía y ayudado por las campanadas que anunciaban un nuevo año, me levanté, copa en mano, y exclamé dirigiéndome al extranjero: 
- “Agradezco profundamente su cálida presencia en un acontecimiento tan singular. Estamos ante un año que termina, un ocaso, que da paso a un nuevo amanecer. Gracias por compartir conmigo la aurora de una nueva vida, el alba que iluminará la prosperidad de mejores días…”
La duración de estas palabras fue insuficiente para apaciguar el deseo del gringo de obtener una respuesta, por lo cual el discurso tomó un rumbo diferente:
- “Y, si aún quiere saber la traducción de tan graciosa palabra, he de manifestarlo de forma que pueda comprenderlo.”
Los pocos segundos conseguidos por estas últimas palabras facilitaron la llegada de la salvación disfrazada de idea. Un gesto bastaría para demostrar el significado de la traducción. Los labios dibujaron en mi rostro una amplia sonrisa, símbolo de amistad y respuesta a su pregunta.

¡Feliz año!

Comentarios

  1. Al principio me recordo un poco a instrucciones de como subir una escaler, muy bueno jajaja... lo disfrute

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