Tratamiento psicológico

Para José Miguel, Estefano y Gianmarco

Un hombre de grandes dimensiones entra al edificio. Debe llegar al piso 21. Sube por las escaleras para ser coherente con el propósito de su visita. Cuando llega, exhausto, entra en la sala de espera. La secretaria lo ve sudoroso y se imagina al hombre subiendo los últimos escalones. No puede contener una sonrisa mientras atiende al señor. Su nombre se encuentra en la lista de espera. En un momento podrá ser atendido por el psicólogo.

Llega su turno e ingresa. Un señor, bajo y trigueño, lo recibe del otro lado de un escritorio. Elige la silla más espaciosa para sentarse. Cuando termina de acomodarse, le cuenta su problema. Dice que las personas piensan que debe bajar de peso, pero que él no cree que sea tan necesario. La respuesta acude inmediatamente a los labios del psicólogo, pero tarda unos segundos en decirla, mientras piensa en eufemismos. Empieza su discurso profesional hablando de la subjetividad en las concepciones mentales de las personas. Cómo ciertas afirmaciones, más o menos categóricas, son en realidad opiniones. Cuando logra la comodidad absoluta del paciente, sabe que ha llegado el momento de soltar la verdad dolorosa. Lo cierto es que también existen cuestiones objetivas y una de ellas es su gordura. Pero, no debe preocuparse, porque ha acudido al lugar perfecto, al único lugar donde encontrará una doble solución para sus problemas. Puede ser el primero en nutrirse del nuevo método inventado por él. Lo llama “el tratamiento del payaso”. Con los chistes, la verdad penetra de mejor forma adhiriéndose a las paredes cerebrales con mayor detenimiento. De esta forma, los ojos se abrirán a la verdad: verá que es gordo. Por otro lado, a base de risas, adelgazará. El ejercicio realizado al reír es subestimado por las personas…

La excitación ha ido creciendo en el paciente mientras las palabras certeras del psicólogo se colaban en su cerebro. Está convencido de la efectividad del tratamiento. Firma el contrato y pregunta por la fecha de inicio de su curación. Empezará cuando llegue el payaso.

El payaso recibe la llamada urgente del psicólogo. Contesta rezongando, pero asegura que estará en su oficina en pocos minutos; después de todo, necesita el dinero. Sube al piso 21, por el ascensor. Entra y ve al gordo. En su rostro se refleja amargura. Parece reclamarle por su pérdida de la comodidad. La pintura en la cara dibuja una sonrisa, pero sus labios forman un arco hacia abajo. El pelo al natural es suficiente para darle una apariencia graciosa, solo requiere de un coloreado espontáneo. El rostro del psicólogo sufre una transformación, aparece el miedo, temor a perder al paciente. Sin embargo, recupera su sonrisa al ver al paciente sonreír tímidamente. 

Inicia el tratamiento. El payaso cuenta un chiste, incluso le da un número: “Chiste 22, el que nunca falla: Estaba una vez Pepito…” El psicólogo piensa que el chiste es malísimo, pero el gordo se ríe. Entonces, contagiado de la risa del gordo, este también ríe. Vuelven a escucharse dos chistes del mismo nivel. El público reacciona de la misma forma. Poco a poco, la sonrisa verdadera vuelve al rostro del payaso. Ver al público responder animadamente le devuelve su alegría natural. Cuenta lo mejor de su repertorio y la sala estalla en carcajadas sonoras. La improvisación vuelve a su mente cansada y saca el mejor provecho de las situaciones. Los labios se abaten, los pechos, a punto de estallar, saltan gozosos por el espectáculo. Los tres ríen sin razón, ya nadie cuenta chistes, pero ellos siguen riendo. Se apoyan unos en otros, para recobrar de vez en cuando el aliento. Saltan lágrimas de sus ojos por la dicha que experimentan.

Poco a poco, logran serenarse. Sus miradas se cruzan divertidas. Reconocen en el otro a un amigo. Torpemente, el paciente logra formular una invitación a comer. Como la sesión ha terminado, todos se muestran de acuerdo y deciden ir a un bufé, donde comerán y reirán hasta hartarse. Al día siguiente continuarán el tratamiento. Hoy han elegido gozar la vida.

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