Simetría de la vida

Para mi Papá

Muchos caminantes, innumerables caminos. Las encrucijadas son puntos de encuentro para millares de personas. También forman las conexiones únicas entre senderos divergentes. Todos caminan. Cada persona elige su ruta y camina, desde el inicio hasta el fin. Después no hace falta seguir andando.

En uno de los caminos, se ve a un hombre joven andar con prisa. Si en una de las encrucijadas toma hacia la derecha, en la siguiente lo hace a la izquierda. Busca la simetría en sus pisadas, en sus movimientos. Sin la simetría del cuerpo sería difícil caminar apropiadamente, sería fácil tambalearse. El hombre sigue: el brazo derecho al frente, el izquierdo atrás. Luego intercambian posiciones.

Al hombre se le ocurre que nadie puede hallar la simetría perfecta en la vida. Se necesitarían dos senderos paralelos, recorridos por la misma persona, al mismo tiempo. Se le antoja imposible. Hasta podría encontrar a otro, llegar a un consenso y empezar a andar. Pero no sería su misma vida la que se vestiría de simetría. En realidad, serían dos vidas simétricas, paralelas.

Al girar en un recodo, vuelve a encontrarse sumido entre miles de caminantes indecisos. Él sabe hacia dónde debe girar. No duda y toma ese pasaje. “Dos caminos, una sola persona”. Esta idea lo acompaña, permanece aferrada a su cabeza. Es como una llamada, una invocación. No parece querer irse sin una contestación. Dos en uno. Dos personas, dos caminos. Simetría, dos caminos. La lógica lo desampara, seguramente no es ella quien hace la llamada. El hombre decide contestar. Se deja envolver por esa idea y encuentra la respuesta: “serán los dos una sola carne”.

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