Inspirado en Juancho.
Para Juancho.
Sí… era un flaco. Tan flaco que desconocía la tercera dimensión. Si me ponía de lado, me perdía de vista. Definitivamente, era flaco. Esta situación física traía consigo ciertos problemas. Uno de ellos estaba relacionado con el viento. Una ráfaga más o menos fuerte -a veces una ligera brisa- me arrastraba en su corriente. Volaba por los aires como “un pajarito”… eso sí, sin cantarle a nadie. Me elevaba por los aires -sin necesidad del “buen material”- sin dirección fija. Fue así como comenzó el suceso que voy a contarles.
Un buen día, un fuerte viento me levantó. Normalmente, en pocos minutos volvía a descender y continuaba mi camino. No obstante, esta vez solo subía. Subía y subía. Pasaban los minutos y seguía subiendo. Siempre me había preguntado qué había más allá de las nubes. Pensaba que si una nube se oscurecía, debía ser la sombra de un gigante que pasaba por allí o, mejor, solo su mano. Pero esta vez, las nubes no eran negras. Y esta vez, las atravesé. Entonces, pensé que me detendría y buscaría el castillo de la gansa de los huevos de oro. O al menos me encontraría con Jack. No. No me detuve y seguí ascendiendo. Subí, subí, subí. Subí y… me detuve. Ya no había viento. Las estrellas me rodeaban. Nunca pensé estar tan cerca de ellas lejos de Hollywood. Alcancé una. La toqué: RE #. Toqué otra: FA. Otra: SOL… Do Re Mi Fa Sol Sol, La Do La Do Sol Sol, Fa Sol Fa Sol Mi Mi, Re Mi Re Mi Do Do… Así pasaron las canciones y los minutos con ellas, hasta que una estrella fugaz apareció en el horizonte. Se dirigía directamente hacia mí. No pude reaccionar y me golpeó, lanzándome de regreso a la Tierra. Sentí el ardor de su luz sobre mi piel. Caí. Descendí vertiginosamente. No importaba lo que estaba alrededor… solo caía. Me acogió nuevamente el viento tomándome en su arbitrariedad. Así descendí suavemente. Cuando se cansó de mí, fue a posarme sobre el jardín de mi casa. Me acerqué a la puerta de vidrio y observé en el reflejo un hombre con un bronceado espectacular. Era yo: el flaco. Ahora era un flaco bronceado.
De esta forma termina mi historia. Y fue así como obtuve mi perfecto bronceado.
Para Juancho.
Sí… era un flaco. Tan flaco que desconocía la tercera dimensión. Si me ponía de lado, me perdía de vista. Definitivamente, era flaco. Esta situación física traía consigo ciertos problemas. Uno de ellos estaba relacionado con el viento. Una ráfaga más o menos fuerte -a veces una ligera brisa- me arrastraba en su corriente. Volaba por los aires como “un pajarito”… eso sí, sin cantarle a nadie. Me elevaba por los aires -sin necesidad del “buen material”- sin dirección fija. Fue así como comenzó el suceso que voy a contarles.
Un buen día, un fuerte viento me levantó. Normalmente, en pocos minutos volvía a descender y continuaba mi camino. No obstante, esta vez solo subía. Subía y subía. Pasaban los minutos y seguía subiendo. Siempre me había preguntado qué había más allá de las nubes. Pensaba que si una nube se oscurecía, debía ser la sombra de un gigante que pasaba por allí o, mejor, solo su mano. Pero esta vez, las nubes no eran negras. Y esta vez, las atravesé. Entonces, pensé que me detendría y buscaría el castillo de la gansa de los huevos de oro. O al menos me encontraría con Jack. No. No me detuve y seguí ascendiendo. Subí, subí, subí. Subí y… me detuve. Ya no había viento. Las estrellas me rodeaban. Nunca pensé estar tan cerca de ellas lejos de Hollywood. Alcancé una. La toqué: RE #. Toqué otra: FA. Otra: SOL… Do Re Mi Fa Sol Sol, La Do La Do Sol Sol, Fa Sol Fa Sol Mi Mi, Re Mi Re Mi Do Do… Así pasaron las canciones y los minutos con ellas, hasta que una estrella fugaz apareció en el horizonte. Se dirigía directamente hacia mí. No pude reaccionar y me golpeó, lanzándome de regreso a la Tierra. Sentí el ardor de su luz sobre mi piel. Caí. Descendí vertiginosamente. No importaba lo que estaba alrededor… solo caía. Me acogió nuevamente el viento tomándome en su arbitrariedad. Así descendí suavemente. Cuando se cansó de mí, fue a posarme sobre el jardín de mi casa. Me acerqué a la puerta de vidrio y observé en el reflejo un hombre con un bronceado espectacular. Era yo: el flaco. Ahora era un flaco bronceado.
De esta forma termina mi historia. Y fue así como obtuve mi perfecto bronceado.
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