De cuando era un unicornio rosado

Inspirado en Roberto.
Para Roberto.


Soñé con una persona. Su porte era el de un deportista. Era más bien un corredor. Recuerdo que si le decía que corriera, corría y corría. Volaba junto al viento. Cuando le decía que se detuviera, no lo hacía, porque no me escuchaba, ya estaba demasiado lejos. Al rato, regresaba. Había dado la vuelta al mundo.

Pero correr no era lo único que hacía. También hablaba. Le gustaba hablar mucho… demasiado, pero no le entendía… era un incomprendido. No hablábamos el mismo idioma. Hablaba en una lengua rara. Hacía sonidos como a, e, i, o, u. Exageradamente complejo. Más de lo necesario para que dos seres se puedan entender. Hubiera bastado con un relincho. Sin embargo, pasadas las horas, las señas fueron suficientes para entablar conversación.

Recuerdo también que su color era divertido. Tenía diversas tonalidades del color del durazno. Aunque podría decir que era, más bien, un durazno al sol. Me dijo que mi aspecto era igual de divertido. Se burló de mi color. Dijo que era un poco femenino. Le dejé claro que no hacía falta ser negro para demostrar mi hombría. Soltó una carcajada que hirió mi orgullo. Enfadado, lo reté a demostrar su hombría. Se puso serio (creo que le costó bastante). Miré fijamente sus ojos. Nuestras miradas se cruzaron y ambos entendimos lo que tendríamos que hacer. Uno frente al otro, a diez pasos de distancia, nuestros cuerpos temblaban por su destino…

Empecé a bailar. Tap tap tap… bailé como nunca lo había hecho, como nunca lo volvería a hacer. Una sola palabra puede describir tal espectáculo: “estupendo”. Era su turno. Comenzó a moverse como epiléptico. Todo en él se movía. Nada permanecía quieto. Poco a poco, lo que parecía un aberrante movimiento se transformó en una danza acompasada y estilizada. Sus pies y brazos se coordinaban perfectamente para dar el siguiente paso. Su cabeza se balanceaba mágicamente en todas las direcciones. Maravilloso. Sin darme cuenta, mis pezuñas empezaron a marcar el ritmo. Al rato, todo mi ser se batía… y yo, sin poder detenerlo; sin querer hacerlo. Bailamos toda la noche, hasta el amanecer.

Me levanté cansado. Parecía como si el sueño hubiese sido la realidad. ¡No, imposible! ¡Los humanos no existen!

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